Nos sentamos en la luna a las diez y te regalé un par de estrellas mientras se iba nublando el cielo.
¿Casualidad?
Extrañado preguntaste:
- ¿Son de verdad? Me encantaría tocarlas y ver su tacto.
No hubo respuesta, simplemente me arropaste y seguiste durmiendo en la luna. Para no caerte, te aferraste a mi, pero no dormiste, solo observabas como el cielo se iba despejando, como aquella noche, se convertía en día.
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